Entre el enólogo y el vinólogo
Rescato este artículo de 1997 porque todavía está vivo en un momento en el que hoy escribir de vinos se ha globalizado.
En realidad, en el sector del vino nos hemos ido transformando todos. El bodeguero de hoy no es el de ayer, al igual que tampoco lo es el consumidor. Hace apenas 40 años el bodeguero español de cierto nivel lucía una indumentaria más próxima a los propietarios de los grandes châteaux bordeleses que al del paisano local. Una cuidada imagen, un cabello perfectamente alineado y un nudo de corbata windsor o doble windsor, era casi condición sine qua non para codearse con los grandes del vino en una España postmoderna y abierta al mundo.
Hoy, visto con perspectiva, esa apertura al mundo nos parece nimia, frente al frenético mundo globalizado e interconectado que casi nos hace estar más cerca de Napa que de las Arribes del Duero. El vino de calidad era elaborado por grandes personalidades y bebido por otras no menos grandes. El mensaje que salía de la bodega era encriptado por los grandes difusores de la cultura del vino, que buscaban en lo rocambolesco llegar al más erudito de los lectores. El vino no era una bebida más, era la bebida de la gente culta, y con lenguaje culto debía ser explicado.
Esta fórmula no era exclusiva de España. Se trataba de un mensaje que se repetía a través de los prescriptores del mundo, Parker, Jancis Robinson y también, y por que no reconocerlo, nuestro fundador José Peñín. Todos ellos ejercían con suma pulcritud una labor de difusión desconocida en el mundo del vino y con la mejor de las intenciones profundizaban en sus secretos enseñando la ciencia que existe detrás de muchos grandes vinos. Esta labor encomiable se asentó de tal manera y tuvo tal repercusión que el discurso que salía de las bodegas se fue haciendo cada vez más complejo, retroalimentándose los unos a los otros y haciendo que la gente de a pie se sintiese cada vez más alejada del vino.
Raúl Pérez
José María Vicente
Los tiempos cambian y los bodegueros de antes fueron desprendiéndose de las elegancias porque preferían la comodidad para poder arrodillarse y ver más de cerca las plantas y sus suelos. La mirada cambiaba, como antes en la historia lo había hecho, y se posaba en la tierra, origen de todo en el vino. Los bodegueros jóvenes de ahora ya no se fijan en el château, sino en las desordenadas bodegas borgoñonas y sus paisanos, gente de aspecto humilde y sencillo que viven por y para el vino, pero desde el viñedo, sin prestar atención a otras cosas superfluas. Estos jóvenes de antes fueron pioneros, pues fueron capaces de abrir su mente cuando la influencia externa no era tan fácil y accesible como ahora. Hablamos de productores como por ejemplo José María Vicente, de Casa Castillo, o Raúl Pérez. Estas figuras fueron vitales para que tuviera cabida la oficialidad de la camiseta como forma de vida en el mundo del vino, etapa en la que nos encontramos ahora. Esta generación basa su revolución en la mirada al pasado, como si en ese pasado se encontrase el gran secreto del vino. Los hijos del rock se abrían paso de forma rebelde, rupturista, generosa y social. Se desprendían de los convencionalismos para tratar el vino de forma desenfadada.
Todos estos cambios en la figura del productor también han tenido su eco en el mensaje, en la difusión de la cultura del vino y en los consumidores. La Guía Peñín ya emprendió hace muchos años un pequeño cambio en la descripción de los vinos menos pomposa, más directa e interpretable por un consumidor no especializado, porque entendía que el vino debía llegar a todo el mundo.
La apertura digital, el postureo social y muchas otras variables han hecho que el vino, y hablamos del bueno, esté hoy mucho más cerca del consumidor normal que antes. Hoy es mucho más fácil probar elaboraciones de otros rincones del mundo, incluso hablar con sus propios productores. El vino de calidad se está convirtiendo en lo que siempre debió ser, un producto para el disfrute y la interrelación, en un ejercicio para trasladarnos a lugares, a recuerdos, a momentos. Hoy el vino es disfrutón y así queremos que siga siendo, accesible y comprensible para todos, aunque se trate de vinos complejos. Ya nos ocuparemos nosotros de hacer fácil lo difícil sin caer en trivialidades innecesarias. Bienvenidos a la generación de disfrutones del vino, un nuevo cambio fruto de la evolución del consumidor y del productor.
Rescato este artículo de 1997 porque todavía está vivo en un momento en el que hoy escribir de vinos se ha globalizado.
Peñín está de estreno con importantes cambios que muestran una vocación digital en esta nueva etapa y el objetivo de crear una fuerte vinculación con el consumidor final.