Gredos es la zona de moda. No hay mes que no aparezca alguna novedad. Sin embargo, pocos saben lo que pasaba hace 40 o 30 años en este territorio agreste, difícil y montaraz que yo recorría con curiosidad, pero también con un cierto desencanto.
En el este de Gredos como territorio vitivinícola confluyen tres D.O.: Vinos de Madrid, Méntrida (Toledo) y Cebreros (Ávila). Las tres tienen en común los suelos pizarrosos, graníticos, diferentes altitudes y unas cepas viejísimas. Pero ¿Cuándo comenzó la conquista del Oeste de Madrid?
No está bien que yo lo diga, pero fui el primer “conquistador” de una zona de boina y mulos cuando en la primavera de 1981 buscaba un tinto para mis clientes del club de vinos por correspondencia. Tuve la fortuna de encontrarlo en la Cooperativa de Cebreros, famosa entonces con el tinto El Galayo. En aquella cooperativa rogué que me lo embotellaran lo antes posible para evitar el nefasto almacenamiento en los depósitos de cemento en donde el vino acabaría por oxidarse. Un tinto denso, cubierto, pero con la suavidad del alcohol y la mezcla con albillo, una uva que ocupaba el 40 por ciento del viñedo de Cebreros en aquellos años, aunque nada que ver con los más fluidos y minerales de hoy. El tinto se llamaba Señorío con un poco de albillo para suavizarlo aunque en aquellos años se embotellaba más clarete que tinto. Cebreros era la zona más conocida en Madrid como el “mejor” tinto corriente que proyectaría Vinos Perlado, una empresa fundada en 1940, el único vino que se presentaba con 13º en la célebre botella de 6 estrellas retornable cuando todos los de las demás plantas embotelladoras tenían 11º.
Tierra de Madrid
Más tarde, en un reportaje que hice en 1982 en la revista Bouquet que dirigía en aquellos años, se me ocurrió la “temeridad” de escribir sobre los vinos de Madrid -entonces la zona se llamaba Tierra de Madrid- con tres zonas diferenciadas. Navalcarnero era el epicentro de la variedad negral, uva tintorera que adquirían sobre todo los mayoristas gallegos para reforzar sus ribeiros; Arganda-Colmenar de Oreja, era el polo de atracción de los almacenistas riojanos por abundar la tempranillo y, por último, los tintos de San Martín de Valdeiglesias que, con los de Cebreros y Méntrida, componía la esencia de los principales embotelladores capitalinos para envasar el entonces llamado “6 estrellas” o vino corriente de litro en donde se mezclaba con albillo. Pues bien, en aquel reportaje predije que la zona madrileña tendría el futuro más halagüeño, vértice madrileño de este triángulo telúrico formado por las tres provincias citadas.
En cambio, las fuerzas vivas institucionales veían con mejores ojos el futuro de la zona Este de Madrid (Arganda y Colmenar de Oreja) debido a un mayor colectivo de bodegas particulares y a un viñedo mayoritariamente de tempranillo, entonces considerada como la reina madre del viñedo español. En la década de los Cincuenta del pasado siglo los principales almacenistas riojanos adquirían los tempranillos de Arganda para hacerlos pasar por riojas cuando en su tierra todavía mandaba la garnacha y el tempranillo era escaso. Yo no veía claro que del tempranillo de maduración precoz en un clima mesetario se pudiera hacer un vino más allá de una correcta evocación manchega, al tiempo que, en Navalcarnero, con sus tierras secas, calientes y arenosas, se hiciera algo decente con la negral. Es cierto que la subzona de San Martín de Valdeiglesias la componía una importante presencia de cooperativas, más centradas en producir graneles de elevado grado alcohólico que, junto a las vigorosas garnachas de Méntrida y Almorox, salían disparados en cisternas a los cuatro puntos cardinales.
Dos o tres años mas tarde le comenté a Elena Arribas, entonces secretaria del Consejo Regulador de la flamante D.O. Vinos de Madrid, mi obcecación sobre la excelencia de los tintos del Oeste de Madrid y me comentó, muy escéptica, que el cooperativismo estaba muy arraigado en la zona con unos vinos oxidados, rústicos, bajos de acidez, con unos tintos de garnacha algo caídos de color, de baja producción y de dudosa rentabilidad. Yo le respondí con cara de alumno aplicado que eso se resolvía con algunas mentes preclaras y muy enológicas de la Capital que invirtieran en el Oeste.