Vinos de la libertad
Hasta hace poco, la influencia de las denominaciones de origen llegó al extremo de percibirlo el consumidor como algo inseparable del vino. Si no tiene D.O. es un vino inferior. En el nicho más bajo de las categorías zonales está “Vino de Mesa” y las denominaciones regionales más laxas. Hoy esta afirmación ya no tiene sentido.
Mientras que las grandes corporaciones vinícolas invierten en las denominaciones más famosas por su rentabilidad más inmediata, los pequeños emprendedores están más pendientes de los escenarios donde el geoclima y las variedades indígenas permitan desarrollar su proyecto personal de calidad. Proyectos, claro está, cuya inversión se acomode al bolsillo, bien de viñas viejas o heredadas de zonas desconocidas o compradas a bajo precio en las D.O. de menor categoría. Entre ellos existe la voluntad de producir un vino vinculado con la comarca donde viven o donde nacieron a partir de unos conocimientos vitivinícolas superiores sin pararse a pensar en si su viña se halla o no en una denominación de origen. Aquel pequeño viñedo heredado del padre o del abuelo no se puede trasladar a una zona de prestigio.
Entre los tres países más productores como Francia, Italia y España, el nuestro es, afortunadamente, el que menos apego tiene hacia el peso de los territorios reglamentados como son las D.O. De hecho, bastantes vinos con puntuación alta y, por lo tanto, de calidad superior pertenecen a zonas encuadradas como Vino de Mesa y vinos regionales como Castilla y León, Tierra de Castilla y Extremadura.
El denigrado Vino de Mesa
Pero la razón de este post es hablar de los Vinos de Mesa que, en teoría, podían ser los vinos sin pedigrí, los “bastardos” del vino, alejados del contexto de zona geográfica. Su mala fama se remonta al vino común, al corriente, al mal llamado “vino de litro” de los lineales de los “super”, en cuyas etiquetas estaba terminantemente prohibido insertar la cosecha, la variedad y, lo que es más importante, la zona. Antes, el llamado “Vino de Mesa” estaba mal visto porque era el escudo para hacer los vinos corrientes a base de retales y procedencias baratas como los de Castilla-La Mancha, Extremadura y los de la región que agrupaban los de Utiel-Requena, Manchuela y Almansa.
Esta categoría ha dejado de ser despectiva debido a la mayor calidad que han experimentado los vinos del lineal gracias a los avances tecnológicos, pero también los vinos de culto que en gran número también están instalados en esta categoría. Si rastreamos la Guía Peñín en su edición 2021, podemos observar que, en el grupo de Vinos de Mesa aparecen 367 vinos reseñados, de los cuales 198 obtienen puntuaciones superiores a 90 puntos. Nadie va a poner en duda la calidad de los vinos de Artadi que dejaron de “ser” riojas para ser “marcas” sin merma de su prestigio cuando casi todos sus vinos superan los 95 puntos; los mismos de Táganan de Tenerife, del grupo de enólogos Envínate; o los 97 puntos de Conde de Aldama Tintilla “NO” sin el “manto protector” de la D.O. Jerez, del mismo modo que el Equipo Navazos, que gran parte de sus joyas han dejado de engrosar el catálogo de la famosa D.O. jerezana. Es decir, todos ellos en la misma “categoría” de Don Simón.
Otros como Alfredo Maestro prefieren prescindir de la bendición de la Ribera del Duero por la de simple vino regional. Los insignes pioneros fueron en los años Noventa Mauro y Abadía Retuerta, bodegas a las que comenzaba a no importarles no estar encuadradas en una D.O. compensándolo con ilusión y vocación y con la fe puesta en su trabajo. Al principio trabajo les costó hacer caja desde la etiqueta regional de “Vino de Mesa de Castilla y León”, a pocos kilómetros de la Ribera del Duero, pero al final lograron posicionar sus vinos en la élite.
Y es que llevamos unos cuantos años con el catecismo de las denominaciones de origen. Muchas zonas se pirran por montarse su D.O. para todos juntos poder lucir, no solo la etiqueta por delante sino también la contraetiqueta por detrás. Este fenómeno era normal y necesario durante el siglo pasado por sus ventajas cualitativas cuando el vino español daba pena. Esto hizo prevalecer la conciencia colectiva de las D.O. sobre la individual, aflorando una cierta moral en defensa del origen y de la tipicidad frente al desmadre que se produjo hasta 1980.
Actualmente, la mayoría de los vinos de calidad como Vinos de Mesa son una contradicción porque, si bien están salvados de las reglas reguladoras, en cambio están obligados por conciencia empresarial al rigor del trabajo con sus propias uvas, estén o no autorizadas, para hacer un vino más personal y de diseño sin que, perteneciendo a esta categoría, les condicione vender a menor precio.
Hoy, con el reinado de las autonomías, los vinos encuadrados en la disciplina de las D.O. más famosas, se encuentran en una zona de confort arrostrando sus reglamentos, pero amparándose políticamente con ayudas institucionales. En cambio, para los vinos que no lo están, o sea, los llamados Vinos de Mesa y Vinos de la Tierra, los asuntos de promoción corren por su cuenta, y son protagonistas de los conflictos que se crean con los Consejos Reguladores para la identificación del municipio de origen en sus etiquetas (exclusivo de las D.O.) si la localidad está en una denominación de postín, y son casi nulas las subvenciones para la creación o remodelación de bodegas. En contrapartida, estos vinos pueden ser el resultado de comprar el mejor vino fuera de la zona, elegir y cultivar la cepa como quieran y el rendimiento que les venga en gana, pero con el rigor que exige el propio mercado de calidad, hasta el punto –repito- de ser tan caros y tan buenos como los mejores de las D.O.
El ejemplo toscano
Un fenómeno que trascendió más allá del propio país fueron los “supertoscanos” italianos en los años finales del pasado siglo. Vinos que, para la tradición de la DOC Chianti, prescindieron de este label al no autorizarse el empleo de variedades bordelesas. Es cierto que en aquellos años no se llegó a la perfección de hoy en extraer más carácter de la sangiovese produciendo vinos muy ligeros sin la profundidad entonces de la merlot y cabernet sauvignon. Vinos iconoclastas que han prestigiado a los vinos italianos bajo la denominación genérica de Toscana. Gracias al mercado americano, Tuscany era un nombre mágico ante la escasa reputación que tenía la DOC Chianti, en gran parte envasados en pequeñas y turísticas garrafas de mimbre. Audaces como Piero Antinori con su célebre Solaia. Ludovico Antinori con su tinto Ornelaia y Nicolo della Rocchetta con Sassicaia, (el primer vini da távola de prestigio), fueron capaces de dar a conocer un municipio como Bolgheri casi desconocido de la Toscana y que hoy se ha convertido en DOC. con el nombre de este municipio aceptando las variedades francesas.
¿Mezclar zonas?
Paradigma del vino libre es el ensamblaje inteligente de varias zonas. Una práctica interesante que tímidamente se va imponiendo, tal y como hacen Andreas Kubach y Tao Platón con su catálogo Vinos de Montaña, mezclando dos zonas como Gredos y Sierra de Gata y alguna bodega más que no recuerdo.
Me viene a la memoria el pionerismo de Carlos Falcó cuando diseñó en los primeros años Noventa el tinto Durius mezclando la fortaleza del vino de Toro con la acidez y expresión de la Ribera del Duero. El reglamentismo de las dos D.O. impidió que esta idea tan original fructificara, convirtiendo este proyecto en una simple marca de los Arribes del Duero.