Conviene resaltar que el concepto “cotidiano” no hace alusión a su calidad. En realidad, cuanto más desarrollado está un país vitícola, mejor tasa de calidad tiene con el producto global y, en este sentido, España tiene una excelente relación calidad-precio entre sus vinos más normales, algo que no todos los países pueden decir. Sin embargo, en las últimas décadas el vino ha dejado de estar presente en nuestras mesas, al menos en el día a día. Si le echamos un vistazo a los datos de consumo per capita del vino en el mundo ofrecidos por la OIV en 2019, antes del ataque de la COVID, se observan unos niveles muy bajos comparados con países productores como Francia e Italia, lo cual nos lleva a ver un retroceso muy impactante en la situación del vino en España de hoy con respecto a la década de los Ochenta, por ejemplo, cuando el consumo de vino en nuestro país superaba los 45 litros por habitante.
Es indudable que la evolución de la calidad del vino español con respecto a la década de los Ochenta ha sido meteórica, sin embargo también es indudable que algo hemos perdido en el camino, y que no se trata de una cuestión de la evolución de los tiempos y los hábitos, cuando nuestros países vecinos mantienen altos niveles de autoconsumo.
En estos últimos meses dramáticos en la que hemos asistido a un cambio radical en nuestros hábitos más elementales, muchas personas han recuperado, a la fuerza, el hábito de comer en casa y con ello se ha recuperado el consumido de una copa de vino durante la comida, un vino cuya botella dura varios días en nuestra nevera o encimera. El vino vuelve a la mesa diaria de donde nunca debió salir. Pero, ¿seguirá así cuando recuperemos el rumbo normal de nuestras vidas?