El vino en el universo del lujo
Se dice que el vino es un lujo asequible. Un pequeño lujo cuando el vino ha dejado de ser una bebida cotidiana en el universo de lo alimentario.
Para este último grupo hay bodegueros sin miramientos que, más allá de las mínimas normas del marketing, tienen la ocurrencia de vender sus vinos al precio mínimo de 17.000 euros la botella. No es de una parcela de oro de Borgoña ni un chateau bordelés de alcurnia. Es un vino manchego y desconocido de Las Pedroñeras, -la capital del ajo español- y se llama Aurum. El objetivo es llamar la atención por el precio y no por el vino. Siempre habrá algún jeque árabe que teclee en la barra de Google buscando el vino más caro y lo adquiera. Todos sabemos que si se pone un precio sideral a un saco de piedras siempre habrá alguien que lo compre.
Este hecho pintoresco me recuerda las razones por las cuales hay vinos que, sin gozar de un prestigio histórico, alcanzan precios superiores a los 1000 euros la botella. Vaya por delante que cada uno es libre de poner el precio que le dé la gana a su producto porque habrá situaciones y estrategias distintas. El precio tan elevado es un filtro para retardar la venta ante el escaso número de botellas como las limitaciones de la parcela o una solera limitada a 2 o 3 botas. Estamos hablando de producciones entre 500 y 1000 botellas que, en muchos casos, representan un elemento de prestigio para obsequiar a los mejores clientes de la bodega.
El ejemplo de Pingus y L’Ermita es distinto. Sus propietarios dejaron en manos de Jean-Luc Thunevin, (el inventor del “vino de garaje” y a la vez su negociant exclusivista) la responsabilidad de marcar los precios hasta convertirlos en los más caros de España en paralelo a su cotización social. Ello supuso percibir ambas bodegas tan solo el 30 por ciento del valor dejando el resto como margen comercial para el distribuidor y como colchón de las posibles fluctuaciones de la demanda. Una práctica corriente en Burdeos, cuyos precios pueden oscilar como los valores bursátiles. Vinos que hoy alcanzan un precio medio de 1300 euros la botella. Vinos que representan más o menos la tensión de la oferta y demanda a un alto nivel, con un prestigio internacional que se mantiene desde hace 20 años sin que ninguna marca le haga sombra y con una producción de 3000 - 4000 botellas que, exceptuando los “Grand Cru Classè” bordeleses, no está nada mal.
A la hora de fijar el precio de cualquier vino por parte del bodeguero concurren una serie de factores. Lo más conocido es utilizar el precio de referencia en el mercado bajando o subiendo algún entero según lo entienda el propio bodeguero. En este sentido no creo que abunden mucho empresarios capaces de poner el precio del vino como resultado de un análisis de costes de producción y elaboración, inmovilización del producto, amortización de la inversión, viñas heredadas o viñas compradas. Y si existen son las grandes corporaciones vinícolas con volúmenes superiores a 300.000 botellas anuales. Lo que más abunda entre los empresarios son las marcas de algunos “vinos de parcelas” que apenas sobrepasan las 1000 botellas por cosecha y que representan un mecanismo de prestigio más que el beneficio en la cuenta de resultados de la bodega. Vino de precio siempre elevado, generalmente fuera de la guerra de competitividad y en muchos casos más del doble del más caro del catálogo sin que sea mejor. Un ejemplo límite es el tinto de Toro de la familia Eguren, Teso La Monja 2017 a 1200 € con 97 puntos, la misma puntuación que Alabaster 2017 a 130 €. Muchos de estos vinos aparecen con la misma puntuación que el inmediato inferior y, si acaso, un punto más en la calificación de la Guía Peñín. Hay otros ejemplos como algunos vinos generosos muy viejos y muy limitados de cantidad con unos precios lo suficientemente altos para evitar una venta rápida y mantener una permanencia mediática de lo caro y singular. Un paradigma es el amontillado Conde de Aldama con 99 puntos a 1.200 € la botella.
A la vista de esta realidad, algunas bodegas han marcado precios inusitados mimetizando a estas célebres marcas sin obedecer a una demanda selectiva dejando un escaso margen al distribuidor y, por lo tanto, con menor interés en venderlos. Un ejemplo fue bodegas LAN con el tinto Culmen. Hace poco menos de 20 años su antiguo director general tiró la casa por la ventana llevando a París a un nutrido grupo de periodistas en medio de un costoso plan de comunicación y relaciones públicas para presentar el vino. Su deseo era poner al Culmen en la cúspide de Pingus y L’Ermita a un precio superior a los 100 euros, amparado en las escasas diferencias en las valoraciones de la crítica con estas vacas sagradas. Tampoco entendía que el importador o distribuidor de estas marcas señeras se quedara con el trozo más grande de la tarta. Le pregunté que cuántas botellas producía, me contestó que 80000. Le dije: “Te las vas a comer con patatas fritas porque estos dos vinos apenas llegan a las 4000 botellas, gran parte vendidas fuera de España y con el consiguiente prestigio internacional de ambas”. Desgraciadamente, mi pronóstico se cumplió y poco tiempo después rectificaron manteniendo el precio a 37 euros.
Se dice que el vino es un lujo asequible. Un pequeño lujo cuando el vino ha dejado de ser una bebida cotidiana en el universo de lo alimentario.